o r q u i d e a

Mis lágrimas son fáciles. Nadie les enseñó a no regalarse. Y se regalan, porque no tendrían por que hacerlo. Y se saben balancear en perfecta acrobacia con esa ruptura injusta y tres muertes tempranas, varios viajes (lejos), 113 fracasos, un suicidio y un asesinato, un tecolote de guadañá, mariposas muertas dentro del estómago, pesadillas freudianas, huecos porque faltas, recuerdos de pertenencia, palabras sabias, letras perfectas en frases perfectas en historias imperfectas... se equilibran todas juntitas, a veces en un sólo ojo, a veces uno y uno o ambos; en momentos malabarean con los ojos cerrados y se escapan entre las pestañas, otras veces se sostienen extendidas, con los ojos bien abiertos y completamente empañados... y ¿para qué? ¿A quién podrían servirle de alimento estas lágrimas equilibristas que danzan por la cara tan regularmente?, ¿a quién alimentan estas no-tan-dulces-más-bien-saladas lagrimitas?
Alimentan a la orquídea que tan bien las representa; la hidratan de tristeza para que crezca, para que luzca normal ante este mundo normal lleno de gente medio rota que prefiere no llorar en público, así no dejan que el mundo sepa que no sólo somos un humano / una planta, sino magníficas acróbatas de las tristezas.

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