La profunda raíz (como una entraña) rompía la tierra y el concreto, alargaba sus puntas hacia el fondo abismal y hacia la noche luminosa, crecía desordenadamente. Nunca antes ví una raíz como esa, parecía estar luchando contra toda convención arbórea. Más que la raíz de un árbol aquello era su centro, era el árbol mismo, era su extensión infinita. Diana se preguntó cómo era posible la existencia de un ser a la vez tan monstruoso y tan perfecto, pues aún ante la aparente deformidad, su esencia era la de la creación absoluta, quizá él era el único testigo del principio de los tiempos.
Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar La noche, no puedo recordarla Ni el mismo océano podría recordarla pero no olvido el primer alcatraz que divisé Altas, la nubes, como inocentes testigos presenciales Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral Me dejaron aquí y aquí he vivido. Y porque trabajé como una bestia, aquí volví a nacer. A cuánta epopeya mandinga intenté recurrir. Me revelé Esta es la tierra donde padecí boca abajos y azotes Bogué a lo largo de todos sus ríos. Bajo el sol sembré, recolecté y las cosechas no comí. Por casa tuve un barracón yo misma traje piedras para edificarlo. Pero canté al natural compás de los pájaros nacionales Me sublevé. En esta misma tierra toqué la sangre húmeda y los huesos podridos de muchos otros, traídos a ella, o no, igual que yo. Ya nunca más imaginé el camino a Guinea (...)
En 1854 el Presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce, hizo una oferta al jefe indio de los de los Pieles Rojas de Seattle para comprarles sus tierras. Esta fue su respuesta: "Jefe de los Caras Pálidas: ¿Cómo se puede comprar el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extravagante. Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que ustedes se propongan comprarlos? Mi pueblo considera que cada elemento de este territorio es sagrado. Cada pino brillante que está naciendo, cada grano de arena en las playas de los ríos, los arroyos, cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada colina y hasta el sonido de los insectos son cosas sagradas para la mentalidad y las tradiciones de mi pueblo. La sabia circula por dentro de los árboles llevando consigo la memoria de los Pieles Rojas. Los caras pálidas olvidan a su nación y emprenden el viaje a las estrellas. No su...
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