Si nunca lo has jugado quizá lo hayas visto alguna vez en la televisión, o tengas más o menos una imagen de ingleses enlodados, ensangrentados y sin dientes... Aunque el rugby destaca por su rudeza, no sólo se trata de ser fuerte, también se necesita destreza, inteligencia táctica y un buen trabajo en equipo. Fomenta valores como la amistad, el respeto, la inclusión, la humildad, la solidaridad y, bueno... la disciplina. Es divertido, desafiante, leal y sólo tan extremo como tú quieras que sea (al menos yo conservo todos mis dientes y nunca he necesitado puntadas). Ciertamente en México no es uno de los deportes más populares. Llegó a nuestro país en los años ’30, pero sólo lo jugaban extranjeros británicos melancólicos de su cultura. No fue sino hasta 1971 que Mr. Walter Irvine introdujo el rugby en un club atlético en México y dos años después creó la Unión Mexicana de Rugby A.C. que en el 2003 logró la aprobación de la Confederación Deportiva Mexicana. Hoy en día tenemos un eq...
Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar La noche, no puedo recordarla Ni el mismo océano podría recordarla pero no olvido el primer alcatraz que divisé Altas, la nubes, como inocentes testigos presenciales Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral Me dejaron aquí y aquí he vivido. Y porque trabajé como una bestia, aquí volví a nacer. A cuánta epopeya mandinga intenté recurrir. Me revelé Esta es la tierra donde padecí boca abajos y azotes Bogué a lo largo de todos sus ríos. Bajo el sol sembré, recolecté y las cosechas no comí. Por casa tuve un barracón yo misma traje piedras para edificarlo. Pero canté al natural compás de los pájaros nacionales Me sublevé. En esta misma tierra toqué la sangre húmeda y los huesos podridos de muchos otros, traídos a ella, o no, igual que yo. Ya nunca más imaginé el camino a Guinea (...)
La profunda raíz (como una entraña) rompía la tierra y el concreto, alargaba sus puntas hacia el fondo abismal y hacia la noche luminosa, crecía desordenadamente. Nunca antes ví una raíz como esa, parecía estar luchando contra toda convención arbórea. Más que la raíz de un árbol aquello era su centro, era el árbol mismo, era su extensión infinita. Diana se preguntó cómo era posible la existencia de un ser a la vez tan monstruoso y tan perfecto, pues aún ante la aparente deformidad, su esencia era la de la creación absoluta, quizá él era el único testigo del principio de los tiempos.
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